¿Quién es Montse Reus?

Soy una persona curiosa, diagnosticada en su día de hipotiroidismo autoinmune (Hashimoto) y hoy en día, reciclada a terapeuta y dietista. Viendo con perspectiva lo que me ha pasado creo que la razón de mi vocación viene ya de lejos y es que, cuando me diagnosticaron la enfermedad, a mis 25 años, o sea hace más de 16 años (sería el verano del 2003), sufría de sobrepeso, agotamiento, muchísimos problemas intestinales, sensación de frío interno, dificultades para rendir mentalmente y problemas para dormir.

Resulta curioso que quien me detectó el problema de tiroides fue un neumólogo al que fui a visitar porque mi sensación era de ahogo al más mínimo esfuerzo. Al mirarme el cuello me preguntó si en mi familia había antecedentes de problemas de tiroides, a lo que yo respondí que, hasta donde tenía conocimiento, no sabía nada (años después vendría el diagnóstico de mi madre, pero sería ya en su etapa postmenopausia). El especialista de los pulmones me mandó una analítica de tiroides y me dijo que cuando tuviera los resultados fuera a ver a un endocrino.

Recuerdo que cuando fui a recoger las analíticas me quedé pasmada. Siempre suelo fisgonear las pruebas médicas, así que abrí el sobre y al ver dos valores a más de 3.000 con un asterisco y en negrita me asusté. Además, delante de esa cifra estrepitosa ponía anticuerpos y tuve miedo (se trataba de los anti-TPO y los anti-TG). Había también un valor llamado TSH en negrita a 15 (ahí ya no me asusté tanto porque el máximo estaba, por aquel entonces, cercano a 10). Recuerdo como temblando le pregunté a la chica que entregaba los resultados qué era eso y ella me dijo: “Señorita, yo no le puedo decir nada, vaya usted al especialista y no tarde”.

No pude ni dormir esos días previos a la visita con la endocrina. El mensaje de la doctora al verme fue claro: “Tiene usted hipotiroidismo de Hashimoto, una enfermedad del tiroides, es crónico y puede ir a peor, pero por suerte tenemos una medicina que le va a solucionar su problema, se la va a tener que tomar para el resto de su vida, empezaremos con una dosis bajita  (de 25 de Eutirox) y luego con los años iremos subiendo la dosis a medida que su tiroides vaya dejando de funcionar, normalmente se estabiliza alrededor de una dosis de 100 o 150 de Eutirox”.

Recuerdo hacerle tres preguntas: “¿Pero por qué yo?, ¿Hay alguna cosa que pueda hacer para mejorar mi estado, no sé, de alimentación o tomar vitaminas? y “¿Tiene relación el hipotiroidismo con mi sobrepeso?”

Las respuestas de la endocrina fueron rotundas: “te ha tocado, esto es genético”, “no, no puedes hacer nada más que tomarte la pastilla religiosamente cada mañana media hora antes de desayunar y seguir los controles anuales, tú come normal y no gastes dinero en vitaminas que no sirven para nada”, y “para tu sobrepeso te derivo a nuestra nutricionista y que te ponga a dieta”. 

La visita con la nutricionista duró 15 minutos. Me pesó, me preguntó la fecha de nacimiento, midió mi altura y me dio una hoja con una dieta de 1.200 Kcal que debía seguir a rajatabla durante un mes. Además, me aconsejó hacer aerobic tres veces por semana. Salí de ahí pensando, “¿Cómo voy a hacer aerobic si no puedo ni con mi alma cuando subo 3 peldaños?”

Aun así me apunté, fui, me agoté al cabo de poco y lo dejé, estaba demasiado cansada. El Eutirox que todo me lo tenía que arreglar me funcionaba a medias. Quizás sí que ya no tenía tantos problemas de agotamiento pero el resto de síntomas persistían, especialmente los intestinales, mi lentitud mental y el sobrepeso.

En la visita de seguimiento de la nutricionista me riñó: “Si no pierdes peso, es por tu culpa, estoy segura que picas entre horas, la dieta se debe cumplir a rajatabla”. Yo le dije que de verdad que la estaba haciendo pero que no bajaba quilos y que además tenía mucha hambre y estaba aburrida de la pechuga de pollo y la lechuga para comer. Le comenté también que las galletas María integrales y la bebida de soja que me había aconsejado para desayunar y mejorar mis síntomas intestinales (me mandó leche de soja en sustitución de la de vaca porque decía que mis malestares intestinales podían venir de aquí), notaba que me hinchaba un montón, y que a media mañana tenía mucha hambre y entonces el bocadillo, en lugar de ser una pulguita como ella aconsejaba, terminaba siendo de palmo. A lo que respondió: “¿Claroooo, así cómo vas a perder peso?, además, ¿Ya vas a aerobic?” A lo que respondí que no podía, que me cansaba demasiado, y ella respondió: “entonces natación”.

Seguí tirando con mi vida y mi cuerpo tan bien como sabía, con sentimiento de culpa cuando me saltaba la dieta o cuando no iba al gimnasio, con la sensación de que esos michelines se habían instalado tan cómodamente en mi cuerpo que ya no se irían. Y cuando iba a revisión de la endocrina y me decía que estaba “perfecta” pero yo le decía que no me terminaba de encontrar bien por el cansancio, los problemas para dormir, la falta de líbido, la caída del pelo, la falta de concentración (por aquel entonces me estaba sacando las oposiciones) me respondía: “eso no tiene nada que ver con la tiroides, es el estrés y para el pelo, pides visita al dermatólogo”. 

El dermatólogo me comentó que mi caída difusa de pelo en la zona frontal era de tipo androgénico y que tenía tres soluciones: loción de minoxidil, pastillas anticonceptivas y más adelante microinjerto de pelo. Sólo probé la primera opción y me irritaba tanto los ojos que lo dejé al cabo de unos meses. Las anticonceptivas ya las había tomado de más joven (el famoso Diane 35) para el acné rebelde que sufrí durante años y que aún tenía épocas. Como los antibabys me sentaban como un tiro, produciéndome un dolor de cabeza terrible y además me salían unos hematomas enormes al mínimo golpe, no los quiese volver a tomar. Creo intuir, con lo que sé ahora, que no tomarlos me salvó de sufrir problemas de prediabetes más adelante.

Pasaron los años y yo iba tirando, a ratos estaba bien, podía hacer cosas y aguantaba el día a día en el trabajo. Por aquel entonces era funcionaria y me mataba tener que estar a las 8 en el trabajo. No podía con lo del madrugar. También recuerdo que había fines de semana enteros que me los pasaba de la cama al sofá viendo la tele y poca cosa más.

Un día, ya pasados los 30 años, junto con mi marido decidimos ser padres. Como veíamos que pasaban más de dos años y la cosa no se materializaba fuimos a la visita con los especialistas de fertilidad del hospital de referencia. Allí nos dijeron que empezaríamos con unas tandas de inseminación artificial y que si la cosa no progresaba pasaríamos a fecundación invitro.

En un año me hicieron 6 tratamientos (uno cada dos meses) y ninguno progresó. Me sentía fatal, tenía pensamiento horribles, autodestructivos, pensaba: “si me vuelve a venir la regla, me tiro por el puente de Vallcarca”. Mi matrimonio no tenía sentido sin hijos pero más allá de todo ello, mi vida no tenía sentido si siempre me encontraba mal. Estaba harta de todo. No tenía ganas de seguir con más tratamientos de fertilidad. Me fui de casa. Lo tiré todo por la borda y nos divorciamos. 

Toda la experiencia de fertilidad frustrada me marcó. Decir no a eso fue el fin de una forma de relacionarme con la vida, esperando que desde fuera me dieran soluciones, confiando en los médicos, dejando las decisiones sobre mi salud en manos de otros, y dejando que ellos decidieran sobre mi cuerpo. De algún modo, después de ver que no mejoraba con lo que me decía la medicina convencional, decidí tomar yo misma las riendas de lo que me estaba pasando e informarme sobre posibles enfoques alternativos. Ya no quería seguir relacionándome con mi cuerpo así, quería sentirme responsable de lo que estaba haciendo y sobretodo parte activa de mi mejoría. Probé de todo: ayurveda, medicina tradicional china, kinesilogía, par biomagnético, chamanismo, resolución de geopatologías y un largo etcétera, pero siempre buscando fuera. Ahora me doy cuenta que la solución estaba en empezar por dentro. 

¿Por qué decidiste enfocar tu carrera profesional en la autoinmunidad?

Por casualidad, una amiga me habló de la macrobiótica, una forma de alimentarse que era muy saludable. Empecé a investigar, me apunté a un curso y noté mejorías: notaba más energía, más optimismo y perdí algunos quilos. Empecé a entender que lo que comía afectaba en cómo me sentía y al ver mi motivación la Dra. Olga Cuevas, que por aquel entonces impartía los cursos de Cocina Naturista y Oriental, me recomendó empezar a estudiar el Ciclo de Dietética en la misma escuela (el Roger de Llúria): “se te da bien comunicar sobre alimentación, eres estudiosa, estás muy motivada y estoy segura que te puedes dedicar a esto si te gusta”. Y me gustó tanto que dejé mi carrera como funcionaria, cogí una excedencia para terminar los estudios de dietista y, sin haber terminado la formación, ya tenía personas que se querían visitar conmigo porque sabían que el haber pasado por ello y haber mejorado era un valor añadido a mis consultas. 

En verano de 2014, en mi búsqueda incansable de información para mejorar, descubro la paleo autoinmune con la web de la Dra. Sarah Ballanthine (thepaleomon). En cuanto salió su primer libro me lo compré y aluciné. La sensación era como si toda la vida hubiera sido católica y de pronto me dijeran que Dios no existe. Esta frase no es mía, es de mi compañera Yolanda García, pero creo que describe a la perfección lo que una siente cuando descubre que a veces tienes que cuestionarte dogmas. Me di cuenta que, de pronto, en lo que estaba basando mi alimentación (cereales y legumbres) resultaba que podía estar dañando y perjudicándome aún más si cabe mi proceso autoinmune. En enero de 2015 vuelo a Lisboa a la charla del Dr. Tom O’Bryan organizado por NutriScience y alucino el doble. No tenía ni idea que el gluten y los lácteos podrían estar detrás de la autoinmunidad. Pero si los habíamos comido durante toda la vida.

A partir de ahí empiezo a investigar más y a seguir una alimentación más estricta. Fueron meses de protocolo autoinmune de la paleo (el famoso AIP). Gracias a él, mejoro mucho pero no termino de estar óptima. Mis pautas en esa época para mis pacientes eran tan restrictivas como las mías. Un agobio. Te dejo un enlace a la entrevista que me hizo fitnessrevolucionario donde explico cómo hago el AIP:

https://www.fitnessrevolucionario.com/2016/08/10/episodio-69-enfermedades-autoinmunes-e-hipotiroidismo-con-montse-reus/

Poco a poco voy descubriendo que hay algo más, que por comer perfecto no se tiene una vida perfecta, y que si esta enfermedad ha venido a mi vida es para avisarme que hay otras pautas (más allá de la comida) que debo cambiar.

¿Cuáles son los patrones comunes que has observado en los pacientes de enfermedades autoinmunes, tanto a nivel de hábitos como emocionalmente?

La autoinmunidad es un tema complejo, suele decirse que es la intersección de tres aspectos:

  1. La predisposición genética: aunque tenga un peso relativo (los expertos dicen que menos de un 25%), ya que si no se dan los otros dos que veremos a continuación, la enfermedad no se expresa (no aparece).
  2. La exposición a detonantes: los más conocidos en el aspecto de la alimentación son el gluten y los lácteos (sobretodo de vaca), los tóxicos (mercurio, cadmio, plomo), los disruptores hormonales (presentes en muchos derivados del petróleo y también en los cosméticos que usamos a diario), los agrotóxicos usados en nuestros alimentos de cultivo convencional (el glifosato o roundup de Monsanto, el herbicida más utilizado en el mundo, también para el algodón que vestimos o los tampones), las infecciones recurrentes y de bajo grado (Epstein-Barr, Citomegalovirus, cándidas, etc). Esta mezcla de coctel tóxico es desastroso a la hora de desorientar tus sistema hormonales e inmunológicos.
  3. La hiperpermeabilidad intestinal, es decir, nuestro intestino deja de ser una barrera protectora ante las amenazas externas y permite pasar sustancia dentro de nuestro sistema interno, que provocan reacciones de inflamación y memoria inmunitaria. Según la teoría de la mimicidad molecular, esta memoria inmunitaria tiene parecido molecular con estructuras propias del organismo, de manera que nuestro sistema de defensas acaba atacando al propio cuerpo por confusión. La hiperpermeabilidad se ve aumentada, y mucho, con las situaciones de estrés crónico y el agotamiento.

Más allá de estos tres aspectos aceptados por los autores referentes en autoinmunidad, lo que sí he observado repetidamente en mí misma y en mis pacientes, es que existe un perfil de comportamiento común en hipotiroidismo autoinmune basado en tres aspectos:

  1. El perfeccionismo estéril, que ralla el auto abuso. Queremos hacer las cosas tan bien que anteponemos el hacerlas antes de nuestra salud. Esta pauta de comportamiento intuyo que pueda tener que ver con el patrón de autodestrucción bioquímica que adopta nuestro organismo.
  2. La incapacidad de transmitir nuestras necesidades emocionales, el aguantar, no decir nada, el tragar, la rabia reprimida.
  3. La dificultad para decir basta. Yo no quiero eso, yo voy primero, me necesito a mí misma, decido estar bien primero yo para luego poder ayudar a los demás.

¿Cuáles son las claves de tu abordaje terapéutico?

Quizás las claves más importantes giren alrededor de estas cuatro:

  1. 1.El conectar emocionalmente con lo que le pasa al paciente, entender su sufrimiento, sus dificultades y ayudarle a comprender que es pasajero y que hay muchas cosas que puede hacer para retomar su salud. Pero que es su misión retomar el control sobre su salud, mejorando su alimentación como un primer paso, aunque no el único.
  2. El dar un sentido a los síntomas que está sintiendo y explicarle lo que significan sus analíticas para hacerse una composición de los hechos, de lo que le pasa y por qué. Para que pueda ver dónde se encuentra y hacia dónde queremos que evolucione. Yo lo puedo ayudar con pautas y sobretodo detectando los puntos rojos de su vida pero los cambios los debe hacer el paciente. Cuando uno se da cuenta de su poder de cambio es profundamente transformador. Aunque eso a veces signifique dejar relaciones, negocios, trabajos o exigir ayuda.
  3. El concienciar de que por muy bien que se coma, si no se mueve, si no hace ejercicio de forma regular, no vamos a hacer nada. Estamos diseñados para movernos, para la actividad física y cuando eso falta, enfermamos, no importa lo perfecta que sea tu alimentación. Para superar una autoinmunidad debes hacer ejercicio físico sí o sí. Y a poder ser, ejercicio de fuerza y funcional para mejorar la composición corporal, y ejercitar el músculo, que es el gran modulador de la inflamación.
  4. El pedir ayuda psicológica cuando es necesario. Detrás de la autoinmunidad hay una carga de sufrimiento (cuando no traumas), dificultades emocionales que deben ser acompañadas por un psicoterapeuta para ayudar a salir de los patrones de funcionamiento que perpetúan muchas veces el sufrimiento y la autoinmunidad. Hay personas que consiguen esa mejoría también con la meditación. Yo he necesitado años de psicoterapia y sigo avanzando con la meditación.

¿Cómo es la respuesta de los pacientes a este abordaje?

La respuesta suele ser de incredulidad primero, cuando les ayudo a entender el sentido a todo lo que les está pasando, para luego pasar al entusiasmo de que pueden cambiar cosas ellos/as mismo/a para mejorar. Luego lo que dure ese entusiasmo y la proactividad ya va a depender de muchos factores, pero uno determinante es el entorno más próximo, la familia y los amigos.

Uno/a tiene que estar muy centrado para romper con una forma de alimentarse que es claramente antisistema, basada en retirar todos los procesados y en volver a una alimentación basada en comida real. 

En el ejercicio físico también suelen haber muchos factores, como que la sociedad actual es patológicamente sedentaria y romper esa forma de funcionar es complicado porque implica esfuerzo y voluntad.

Por eso, algunas personas siguen el camino de mejoría y detectan lo que no encajaba en su vida. Para otras personas aún no era el momento adecuado, hacen cambios parciales, o directamente abandonan. Otros deciden cambiar profundamente la forma de entender su salud y se empoderan completamente.

Yo misma he tardado años en poder dejar el Eutirox (y había llegado a tomar 100 de dosis) y en encontrarme bien, en tener reglas regulares y no dolorosas, en sentirme a gusto en mi cuerpo y en tener fuerza para entrenar día a día.

Así, alimentarse al estilo paleo es sólo un primer paso. En consulta suelo decir: cambia la vida, empieza por tu comida porque ese primer paso puede ser transformador. Te permite tener más energía, encontrarte mejor y ver las cosas con mayor optimismo. Pero luego deben venir necesariamente otros, sino te quedas a la mitad del camino. Y esos otros pasan de forma prioritaria por recuperar la movilidad fisiológica del cuerpo y la serenidad trascendental del espíritu.

La parte buena de todo lo que he aprendido es que tenemos toda la vida para ir avanzando, y la parte más buena aún, es que nuestra “enfermedad” es la mejor guía. Nos va a alertar cuando vayamos en la dirección contraria, y nos va animar cuando estamos enfocados en la buena. Así, lo que en su día fue un diagnóstico negativo, nos sirve de camino para hacer cambios hacia una vida mejor, más positiva y más plena. ¿Qué más se le puede pedir a un diagnóstico crónico? 

Mi mensaje final sería  que no te quedes con el diagnóstico médico y lo aceptes como invariable, que te informes y que pases a la acción. Es lo mejor que puedes hacer por tu vida y te va a permitir mejorar. Cierto es que implica esfuerzos, renuncias (como dejar de comer pan) y cambiar patrones como hacer ejercicio físico a diario, pero vale mucho la pena.

 

 

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POSTED BY Nutreatude | Abr, 19, 2018 |
  • David

    Una gran guerrera y luchadura un ejemplo a seguir de no quedarse con la opcion mas mala de cualquier situacion.
    Y aceptar cualquier diagnostico y querer sacar la mejor version y autoaceptarse de la salud,y diagnostico,sin duda una gran profesional.

  • Adis

    Me da felicidad saber que aún con todas las situaciones que has tenido que enfrentar en el transcurso desde el diagnóstico del hipotiroidismo hasta la fecha te sientas mejor. Con tu narración me siento muy identificada: consulta con mi médico sin más opciones, falta de energía, dolores musculares, frío excesivo, aumento de peso, falta de concentración que me lleva a la desesperacion en mi vida diaria.

  • Inmaculada

    Hola, se corrigió completamente tu hipotiroidismo?
    Gracias

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